“...dejen este "humor" para nosotras, que lo hacemos sin estigmatizarnos y mucho mejor que ustedes... quizás porque sabemos de qué estamos hablando”
Esto es lo primero que leo en un reciente artículo y no consigue más que hacer que salten mis alarmas: dejen para nosotras, lo hacemos mejor… se refiere a ellos, a los hombres a los que hemos convertido en “Los Otros”, como la película en la que son sólo sombras que asustan más que sujetos que hacen… ¿qué te parece, Simone? Hemos dado la vuelta a la tortilla. ¿Es esto lo que pretendías?
Y es que llevo una temporada escuchando discursos excluyentes respecto a los ámbitos de acción o de sufrimiento que nos afectan a las mujeres; discursos que rechazan la capacidad del hombre de opinar, de empatizar, de pelear con nosotras contra el discurso patriarcal, cuando dicho discurso les deja a ellos mismos a pies del caballo del estereotipo igualmente aterrador.
Leí a un crítico de arte que hablaba sobre arte creado por mujeres y se preguntaba si debería buscarse un pseudónimo para que su voz fuera aceptada como discurso feminista.
Lo siento, pero no es este feminismo excluyente el que yo entiendo que puede hacernos cambiar los discursos que nos limitan y nos lastiman – política, económica y físicamente-.
Quiero a unos hombres a los que les ofenda el humor chabacano igual que una imagen publicitaria denigrante, quiero a unos hombres que entiendan el malestar de mi menstruación y por qué no me escondo cuando le pido prestado a una colega una compresa, quiero a unos hombres atentos al maltrato verbal y subliminal de una película de Hollywood. Existen hombres a mi alrededor que ya son así, alumnos, compañeros, profesionales de diversos ámbitos.
Pero si les excluimos de nuestras reivindicaciones, ¿cómo van a hacerlas suyas? Y volvemos a la eterna pregunta: ¿Cómo cambiar la sociedad sólo con la mitad de la población?
(Lo siento Barbijaputa. Entiendo lo que haces y respeto lo que pretendes. Sólo introduzco esta reflexión a debate)
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